martes, 21 de diciembre de 2010

En defensa de la religión

        
        "El hombre está ordenado por la naturaleza a vivir en comunidad política. El hombre no puede procurarse en la soledad todo aquello que la necesidad y la utilidad de la vida corporal exigen, como tampoco lo conducente a la perfección de su espíritu. Por esto la Providencia de Dios ha dispuesto que el hombre nazca inclinado a la unión y asociación con sus semejantes, tanto doméstica como civil, la cual es la única que puede proporcionarle la perfecta suficiencia para la vida. 
          Ahora bien, ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que mueva a todos y cada uno con un mismo impulso eficaz encaminado al bien común. Por consiguiente, es necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija, autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la naturaleza y, por tanto, del mismo Dios que es su autor. De donde se sigue que el poder público, en sí mismo considerado no proviene sino de Dios. Sólo Dios es el verdadero y supremo Señor de las cosas. Todo lo existente ha de someterse y obedecer necesariamente a Dios, hasta tal punto que, todos los que tienen el derecho de mandar, de ningún otro reciben este derecho sino es de Dios, Príncipe Supremo de Todos ... Por lo que en (toda) forma de gobierno los jefes del Estado deben tomar a (Dios) como modelo y norma." 

        Como muy bien dice este fragmento de la Encíclica Inmortale Dei del Papa León Xlll, escrita en el año 1885, debemos reconocer a Dios como la máxima autoridad del Estado, de lo que se sigue que el Estado es confesional por naturaleza.

        Esta premisa del derecho natural reconocida y aplicada desde tiempos inmemoriales en Europa, ha dejado de ser tenida en cuenta en las formas de gobierno contemporáneas, generando una grave desvinculación que es la causa directa de aberraciones jurídicas como la de considerar el aborto un derecho o llamar matrimonio a las uniones homosexuales. Francisco Martínez García dedica un artículo a esta cuestión titulado El laicismo en el editorial de La Verdad del 21 de febrero del año 1926. En el mismo deja de manifiesto su adhesión al Estado Confesional, pero sin querer imponérselo a nadie. Considera, eso sí, que los evidentes beneficios que ha proporcionado la religión cristiana al desarrollo de la humanidad deberían ser protegidos y conservados:

        "Por gratitud siquiera deben ser objeto de amparo y de fomento desde las alturas del Poder las doctrinas religiosas que han engendrado los más grandes progresos morales y actos más bellos de sacrificio y de renunciamiento que la historia conoce"

        En un ambiente que empezaba ya a impregnarse peligrosamente de anticlericalismo y donde las logias masónicas ganaban terreno poco a poco, eran cada vez mayores las presiones para quitar la enseñanza religiosa de los centros docentes. Don Francisco, preocupado por la formación humana e intelectual de los alumnos, responde brillantemente a los que acusan a la religión católica de dogmática:

        "Nos referimos a... la doctrina en la que se pretende mutilar el campo de conocimientos del alumno..., dejando incontestadas las preguntas que más le importan... a pretexto de eludir los dogmatismos, cuando, pese a los escrúpulos de todos los librepensadores juntos, no hay enseñanza - incluso la que ellos dan y en mayor grado que la restante- que no sea dogmática, pues de otra manera no se concibe el progreso".

        Ya que parece improbable que nuestro país vuelva a ser un Estado de reconocida confesionalidad cristiana, al menos deberíamos los cristianos exigir a nuestros gobernantes que protejan las Verdades Eternas y la fe de las futuras generaciones.

        Os deseo una Feliz Navidad y un Próspero año 2011 a todas/os.

        Pedro Antº Almela

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