martes, 28 de junio de 2011

Corazón adorable de nuestro Divino Redentor


   "¡Corazón adorable de nuestro Divino Redentor!" Así comienza D. Francisco el acto de consagración de la ciudad de Murcia y su municipio el día de la bendición del Sagrado Corazón que se instaló en el cerro de Montegudo el 31 de octubre de 1926, obra del escultor Antonio Nicolás. Desgraciadamente fue destruido en la guerra civil y reconstruido en 1951, esta vez obra de Nicolás Martínez Ramón.

     Del acto de consagración que D. Francisco pronunció como alcalde de Murcia podemos entresacar los esencial de su pensamiento profundamente cristiano, que sabía poner cada cosa en el lugar que le corresponde. Comienza hablando en nombre de la católica Murcia de su tiempo que expresa por un lado su veneración y su fe al Corazón de Cristo, y por otro lado, alegre de haber erigido un monumento que quería ser testimonio permamente para las futuras generación del imperio del Amor de Cristo sobre todos.

     Después de esta declaración de principios, con el estilo poético que le caracteriza, D. Francisco constituirá al "monte histórico" de Monteagudo como "el nuevo Sinaí, de donde brote, como ley suprema de nuestro pueblo, el aglutinante de la Caridad, emanada de la fuente inagotable de Vuestro Corazón Deífico". No se puede decir con menos palabras una vivencia de fe tan espléndida: que el Corazón de Cristo se convierta para los murcianos de todos los tiempos en la fuente de una ardiente y fuerte Caridad.

     Pero no sólo eso. D. Francisco descenderá ahora a pormenorizar qué es exactamente lo que su corazón le dicta para que le suplique humildemente al Corazón del Salvador: hará un recorrido histórico por los diversos momentos en que destacados prohombres honraron nuestra tierra para pedir una virtud de cada uno de ellos. Así, evoca el espíritu penitente de los ascetas, el valor de los caballeros del rey Jaime I de Aragón, la devoción ardiente a la Virgen de la Arrixaca de Alfonso X el Sabio y sus caballeros, el sentido de justicia de Jacobo el de las Leyes, la magnificencia de los Adelantados del antiguo Reino, el ardor bélico de los combatientes de la Reconquista, y así un largo etcétera donde no faltará mención a la generosidad cristiana y comprensión social del Cardenal Belluga y el Chantre Rivera, así como las maravillas de arte que produjo Salzillo.

    Todos estos recuerdos del pasado son evocados para ponerlos a los pies del Sagrado Corazón, junto con "los anhelos y las súplicas del pueblo de Murcia, en constante oración, elevada a Vos desde el dilatado término". La súplica que él dirige al Señor es doble: que el Reino de Cristo se extienda por una población que empieza a gozar de la modernización que trae la urbanización, esto es, las obras de ingeniería, de la ciudad y sus pedanías, y por otro, por encima de cualquier otro tipo de adelanto, "que el espíritu cristiano se infiltre por completo en la sociedad y en las familias, para que todas ellas cedan al imperio salvador de Vuestra santa ley". Aquí se manifiesta uno de los puntos donde podemos admirar la talla de D. Francisco, que defiende con valentía frente a ideologías que hacen residir el progreso del hombre en lo material, que el mayor progreso del hombre será siempre el del espíritu, el del corazón, y por eso monumento al Corazón de Jesús será para todos un faro inextinguible que nos recuerde que el hombre, las sociedades, los pueblos, deben tener siempre un centro, un espíritu fuerte, un corazón inexpugnable, que mire al cielo, más allá de la tierra y de lo material, para recibir del Señor su generosa bendición.

     Termina D. Francisco expresando públicamente algo que raras veces podemos hoy ver en un político o gobernante, el unirse al pueblo fiel, al pueblo cristiano, y como uno más de ese pueblo, nunca por encima o en su lugar, sin ocultar su condición personal de creyente como lo más definitorio de su vida, por encima de cualquier otra pertenencia legítima, rendir el homenaje que sólo Dios merece, y así termina, rotundo y valiente: "Y con igual entusiasmo que la multitud os ha aclamado... queremos decir ahora, en prueba de pleitesía rendida ante la Majestad de Dios, para proclamar solemnemente... el acatamiento colectivo y público que debemos a nuestro Redentor adorable: ¡Murcia por su Rey el Corazón de Jesús!". Así sea.

Rvdo. D. Alberto Guardia Valera.

     A continuación la crónica y los textos de la bendición del Sagrado Corazón de Monteagudo