viernes, 3 de diciembre de 2010

Carmen Morillas Quintero

        Dicen que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, y esto se cumple a la perfección en el caso de nuestro Siervo de Dios. Francisco debía de pensar que su querida Carmen era un regalo de la Providencia Divina, y así se lo hacía saber a ella en algunas de sus cartas de novios:
     "En nuestro cariño hay un no sé que de extraordinario  que constituye lo característico de nuestro amor... y es algo así como el presentimiento de la felicidad que ha de ser inherente a nuestra unión. Sin duda existe desde el principio una identificación completa en nuestros gustos, aspiraciones e ideales" (FMG cristiano y mártir de Cristo, Pág 20).

     Las hijas de D. Francisco recuerdan a su madre como una persona alegre, simpática y muy amiga de sus amigos y a la vez de carácter firme, muy entera y muy sufrida. Carmen era también una buena cristiana a la que su marido definía como "singularmente pura, virtuosa y recta", muy devota de la Virgen en su Inmaculada Concepción y del Sagrado Corazón de Jesús. Sorprende mucho la profunda admiración que procesaba Don Francisco a su mujer, a la que proponía como ejemplo de conducta y modelo a seguir a sus cuatro hijas, refiriéndose a ella habitualmente como "la reina de nuestro hogar".

     El ambiente familiar estaba tan cargado de amor que, según nos cuenta su hija Mª Francisca, su padre y su madre se intercambiaban sus devociones para unirse en la oración y ofrecerla el uno por el otro. Siendo todavía novios, se habían propuesto que el día de la Inmaculada Concepción fuese una fiesta familiar y acabaron consiguiendo que sus cuatro hijas hicieran la Primera Comunión ese día del año. Y es que ella tenía las cosas tan claras como su marido, al cuál decía:
      "Consagraremos la vida a nuestros hijos, preferentemente a su educación, en ellos cifraremos nuestra mayor dicha. Nosotros, si Dios quiere, aunque sintamos por nuestros hijos un cariño sin límite, trataremos de educarlos con saludable severidad, por su bien, sobre todo los acostumbraremos al trabajo para que sepan abrirse camino en la vida, cada día más problemática, después de infundir en sus almas, ante todo, los principios de nuestra Religión, sin la cual no hay virtud perfecta posible".

     Doña Carmen al igual que Don Francisco era una mujer muy fuerte. Su fortaleza, don del Espíritu Santo fue lo que hizo posible que llegase a concebir cinco hijos, a pesar de estar enferma del corazón desde niña. Sabiéndolo con certeza desde su tercer embarazo no se cerró a más vidas que Dios pudiera hacer surgir de su matrimonio, todo un ejemplo de sacrificio, me atrevería a decir heroico para las mujeres de hoy en día. Quizá aprendido también de su propia madre que concibió muchos hijos pero a la que solo le sobrevivieron tres, Carmen y dos hermanos más. Pero donde más se refleja este Don de fortaleza en la vida de esta mujer es en el hecho de que supo enseñar a sus hijas a perdonar a los asesinos de su padre "desde el primer momento"; viviendo en paz sus últimos quince años como viuda hasta que "el Señor volvió a unirla con D. Francisco en el Cielo".  Toda una historia de Amor.

  

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